jueves, 22 de septiembre de 2011

UNA DEUDA DE HONOR




Donato Álvarez ingresó a la milicia a la temprana edad de 12 años, iniciándose como corneta o tambor.
Participó de numerosos combates llegando a desempeñarse como Jefe de la Guarnición de Concordia, en la provincia de Entre Ríos, en dónde le toco combatir contra las tropas del caudillo Ricardo López Jordán en la rebelión que encabezara éste.

Cierto día, en una recorrida, se encontró con uno de sus prisioneros herido de bala. De allí en más Álvarez, y vaya a saber por qué instinto, comenzó a preocuparse vivamente por el soldado, llegando al punto de hacerlo trasladar a su propia casa para que se le practicasen allí mismo las curaciones del caso.
Lo cierto es que el prisionero, finalmente, se recuperó y que Álvarez le otorgó la libertad, comprometiéndose él mismo a restituirlo a su familia, en Salto, Uruguay.
Cuando ambos llegaron a la casa, los recibió la anciana madre del joven sumergida en una profunda emoción.

-¿No me conoce?- le inquirió Álvarez a la sorprendida mujer.
 -Yo soy aquel trompa que usted recogió casi muerto, acá cerca, hace treinta y tantos años, cuando el combate de San Antonio, y usted lo curó… -

-¿Pero..., sos Donato?... ¡Virgen Bendita!?- dijo la mujer, ahora abrazándolo.

-No la había vuelto a ver desde aquel tiempo- le contestó Álvarez, y agregó:

-El día que me presentaron al jovencito, herido y desnudo, y cuando me dijo que vivía en Salto con su familia, no sé qué pasó por mí, pero una corazonada me hizo tomarle cariño de golpe y, sin saber por qué, le cuidé como a un hijo. ¡Lo que son las cosas del destino!- exclamó –Sólo quería hacer el bien y tuve la inesperada fortuna de pagar una deuda de gratitud-